Elijo la felicidad.

Mar 16, 2021

Ahora más que nunca estoy segura de que todo lo que vivimos es nuestra elección. Por supuesto que las cosas padres, como los amores y grandes aventuras, pero también las otras, las que no queremos admitir que elegimos, como los trabajos que nos matan creativamente, las amistades que nos destrozan el autoestima, las malas rachas de vida.

Darnos cuenta de que estamos en donde estamos porque lo elegimos es de los confrontamientos personales más grandes que existen. Darte cuenta de que tú eres tanto tu más grande aliada como tu peor enemiga no es cosa fácil. Me imagino que porque la acompaña una gran responsabilidad. ¿Si no somos víctimas de nuestras circunstancias entonces qué somos? ¿Culpables? ¿Responsables?

Me acuerdo de una vez durante una sesión de terapia la que era mi doctora me preguntó: Kalinda, ¿cuál es la ganancia secundaria de esta situación? ¿Qué beneficio estás obteniendo?

En ese entonces yo estaba atravesando por una depresión espantosa, sentía que el universo no me amaba, que estaba pagando un karma espantoso o que alguien me había puesto una maldición y el escuchar a esta mujer poner sobre la mesa la idea de que mi estado me traía algo bueno me hizo querer patearla. Pocas veces me he enojado así. Le contesté que no había y que esa era la cosa más absurda que había escuchado en mi vida y me fui.

Con el paso de los días mi enojo se volvió curiosidad (al principio con mucha resistencia) y poco a poco fui explorando dentro de mí, buscando los “beneficios” que me traía estar mal. No tuve que profundizar mucho, ahí estaban a simple vista; mi depresión me hacía poder estar acompañada todo el tiempo en lugar de sola, lo cual odiaba. Podía pedir ayuda, porque estaba mal y pues “se vale” apoyarte en los demás si estás “rota”. Mi depresión también me daba otros permisos tontos (pero valiosos) como poder quedarme en la cama hasta tarde y no hacer de cenar. Leer poesía trágica y ver películas tristes.... llorar.

Resulta que de alguna forma estar depre me estaba dando chance de expresar mis necesidades emocionales porque cuando estaba bien, ni de chiste me hubiera dado esos permisos.

Cuando pude ver lo que estaba haciendo, desde un lugar muy profundo e inconsciente, me di cuenta que, así mismo, yo tenía el poder de cambiarlo.

Me quedé con las llamadas largas por teléfono con mi madre, las amigas que saben escuchar y las peticiones claras y directas de atención hacia mi pareja.

También con la poesía, el gusto por dormir hasta tarde y placer de ver películas de arte; habían cosas que valía la pena mantener. En cambio otras que salían sobrando; solté el enojo, la culpa, la tragedia y el malestar. Me di cuenta que ya no necesitaba de nada de eso para permitirme ser quien soy. Un ser complejamente sensible, independiente pero necesitado a la vez.

Ahora tomo responsabilidad de lo que sucede en mi vida; de lo que pasa y de lo que no también, de quien entra, sale y se queda. De las risas y lágrimas y enojos.

Sé que han habido periodos en los que he elegido estar mal, quizá porque no conocía otra forma o quizá porque lo necesitaba, acepto mi responsabilidad pero hoy elijo vivir de otra manera, ser feliz.

 

K